¡Hagan sus apuestas!
¿Cuál es el mejor teatro en lengua castellana? ¿Qué tradición explora con mayor profundidad su entorno, cuál es el más arriesgado, el mejor actuado, dirigido, escrito, el que tiene más público, mayor presencia en el cuerpo social?
Varios países levantarían la mano, en un acto de orgullo local y echando mano de figuras y montajes de éxito, sin embargo, desde hace por lo menos una década —con la irrupción de la globalidad, la información digital(izada), el fecundo intercambio entre países del orbe— no hace falta una indagación exhaustiva, la gente de teatro en Iberoamérica lo sabe y se comenta tras bambalinas: el mejor teatro en lengua castellana se produce en Buenos Aires.
Podría decirse que el teatro argentino en general es de gran calidad, aunque la explosión de poéticas teatrales contemporáneas está en función de la urbe, una especie de metropolización del convivio teatral más allá de nacionalismos, se piensa en ciudades-escénicas, en artistas que trabajan a partir de un entorno común y Buenos Aires es indudablemente el principal referente, el imán que atrae a los demás, el espejo en el que se miran.
¿Por qué el teatro porteño se considera uno de los mejores en el mundo? Por la multiplicidad de sus propuestas, la exigencia actoral, la gran cantidad y expectación que consigue en el amplio público que nutre y retroalimenta los espectáculos, porque mantiene viva una tradición de experimentación y autogestión más allá de los estipendios públicos, porque está en sintonía con las mejores propuestas internacionales, sus directores y dramaturgos viajan incesantemente a festivales y muestras de teatro que trascienden el espectro lingüístico. Además, porque han conseguido tener crítica, investigación e intercambio entre los teatristas manteniendo una premisa: el equilibrio entre la sátira política, el teatro comercial y las propuestas de vanguardia.
Viéndolo así el teatro porteño es un paraíso. Sí, existe una superficie notable de calidad y cantidad de propuestas brillantes, eso es innegable, aunque en el fondo hay carencias y penumbras: no todo lo que toca el teatro argentino se convierte en genial trazo artístico y mucha de la fama internacional no se corresponde con la situación local.
Por lo tanto, en el ejercicio posterior propongo un mano a mano, un juego crítico de generalidades entre teatro argentino y mexicano, para distinguir virtudes y defectos a partir de la comparación.
Los porteños han conseguido tener crítica, investigación e intercambio entre los teatristas manteniendo una premisa: el equilibrio entre la sátira política, el teatro comercial y las propuestas de vanguardia.
1. El teatro mexicano depende casi en exclusiva del Estado, de las gratificaciones públicas y del sistema paternalista que mira a la cultura como un bien de interés político, no social, pero existe una indudable protección. El teatro argentino tiene una menor dependencia gubernamental, lo cual indicaría mayor libertad y experimentación, sin embargo, las carencias económicas si bien generan versatilidad y flexibilidad estética descuidan la profesionalización (en especial al interior) y condenan al teatro al juego de la precariedad y el azar. El modelo mexicano vive de y para sí mismo, el argentino de y para el público (pero actores, dramaturgos y directores de escena trabajan medio tiempo en otra cosa para sobrevivir).
2. El teatro mexicano tiene su mejor apuesta en el diseño escénico. Escenógrafos, iluminadores y vestuaristas son de los mejores del mundo. Además de talento —y de una figura internacional como Alejandro Luna— existen presupuestos capaces de cubrir exigencias espaciales a niveles de producción de países desarrollados. El modelo argentino no tiene un perfeccionamiento tan amplio en el diseño escénico porque su masa crítica se emplea en la televisión, el cine o la publicidad y los montajes de teatro contemporáneo suelen trabajar con poco presupuesto.
3. El teatro argentino mira hacia Europa. Saben que al exportar sus montajes garantizan supervivencia, prestigio y continuidad en los proyectos estéticos. El teatro en México se mira el ombligo. El consumo local —aunque se trata de un mercado poco flexible— es suficiente para los teatristas, si hacen una gira internacional es una excentricidad y un premio que debe ser laureado toda la vida. Tampoco se ha propiciado —desde el Estado o la propia comunidad— un diálogo contundente con nuestra región natural y geográfica: Estados Unidos, Canadá y Centroamérica.
4. El teatro argentino no tiene madre. Tiene muchos padres. Una tradición donde la multiplicidad fue bienvenida desde principios de siglo XX. En México el teatro —al igual que otras ramas artísticas— funcionó a partir de cuadros caciquiles, del cínico caudillismo cultural (y sigue sucediendo, para muestra vea la Compañía Nacional de Teatro).
5. En Argentina explotaron las suprateatralidades (intervenciones escénicas, biodrama, psicodrama, perfomance) como parte de una consecuencia de experimentación ritual e incluso social. En México, la ritualidad mesoamericana, el teatro indígena o el etnodrama se siguen viendo como un exotismo. ¿Cómo reinventar nuestra propia tradición si no miramos al pasado, si no conocemos la ritualidad en lenguas minoritarias? Ahí la gran contradicción del teatro y de la sociedad mexicana.
6. El teatro mexicano acepta (oh, Malinche incesante) con facilidad la apuesta dramatúrgica externa (latinoamericana, en especial argentina, europea y estadounidense), mientras el teatro argentino ignora a Latinoamérica, la considera una singularidad, una rareza o sólo el vehículo para una reivindicación social paralela.
7. El teatro argentino —por una cuestión histórica, cuyo origen tiene que ver con su multicultural tradición europea— tiene el hábito de la regeneración de públicos. A la gente le interesa el teatro como parte de una forma de bienestar urbano y el consumo cultural es de buen gusto entre la clase media ilustrada. El espectador promedio mexicano se ubica en la desinformación, el miedo a estar fuera del canon televisivo y la potestad de la celebración cívica como motor del rito en el espacio público.
8. Algo comienza a sobresalir dentro y fuera de la escena mexicana: el mejor, el más arriesgado teatro para niños y jóvenes en lengua castellana se escribe y produce en México. Basta mirar las recientes propuestas —sobre temas poco habituales entre los niños— y su recepción en el público. El teatro argentino para niños y jóvenes es mediocre por conservador. ¿Por qué? En otras cosas porque el teatro para adultos tiene suficiente prestigio y dado que la sociedad porteña tiene la mirada puesta en los paradigmas sociales y políticos del dualismo europeo, existe una sobreprotección a la infancia y una negación de una forma de dramaturgia alternativa para públicos específicos.
9. El teatro mexicano si bien está centralizado (como el país entero), tiene brazos estéticos más allá de la Ciudad de México, incluso más allá del Río Bravo. Existe una pululación de grupos y festivales locales que desafían en calidad y reflexión lo que sucede en el centro. En Argentina, Buenos Aires sigue siendo el centro de ebullición teatral por excelencia.
10. Los actores y directores argentinos suelen demostrar condiciones técnicas impecables. La formación es más completa porque comienza antes, en la infancia. En México la profesionalización de las artes y el pésimo sistema de enseñanza universitaria ha echado a la calle a centenares de licenciados en arte dramático, pero no a intérpretes o creadores con verdaderas facultades, pensamiento crítico y virtudes escénicas más allá de un papel que sólo atestigua sus años de puntual servicio a la academia.
11. La dictadura militar argentina originó entre los artistas un fuerte compromiso social que evolucionó a partir de la transición y creó cohesión social, una postura ética compartida (frente a los desaparecidos políticos, por ejemplo) y mucha reflexión histórica. En México la dictadura fue menos hostil y más contemplativa con las artes escénicas, por lo tanto el priato adoptó a los teatristas con buena conducta —casi todos— y los formó bajo su manto divino. La dictadura en México no originó crisis o insurrección estética notable, tampoco un exilio (al contrario, país receptor de artistas que expulsaba la derecha), ni siquiera un cambio en el modelo de producción, supuso la confección de un sistema de meritocracia. ¿El resultado? En el teatro mexicano si tienes conciencia social eres panfletario.
12. En el teatro argentino hay directores de escena consistentes. En México, como director, basta un buen montaje para sobresalir. No abundan los directores estables que se hayan apropiado e investigación personal dentro del quehacer escénico, sólo repetidores que miran en YouTube la estética del teatro alemán, francés o británico para mal copiar sus paradigmas.
Algo comienza a sobresalir dentro y fuera de la escena mexicana: el mejor, el más arriesgado teatro para niños y jóvenes en lengua castellana se escribe y produce en México.
13. La dramaturgia argentina de la primera década de este siglo es brillante, no sólo porque está más allá de una categorización generacional, también porque ha engendrado teatristas integrales (directores, gestores, dramaturgos, actores y pedagogos); por ejemplo Rafael Spregelburd, Mauricio Kartun, Daniel Veronese, Claudio Tolcachir, Ricardo Bartis, Matías Feldman, Emilio García Wehbi, Lautaro Vilo, Alejandro Tantanian, Vivi Tellas, Lola Arias y Federico León, entre muchos otros, todos con un envidiable cartel internacional. ¿Cuántos festivales, traducciones y montajes fuera de su país sumarán estos nombres? En México falta esa ambición (¿necesidad?) por salir del rancho y confrontarse con un público más allá de la cortina de folclor que nos han/hemos impuesto, crear modelos propios y aceptar lo que viene de fuera pero sin rehusar la colonización ni la contemplación exegética.
14. La ventaja del teatro mexicano es su marginalidad geográfica, no aspira a ser legitimado por el discurso eurocentrista. Quizá por eso la dramaturgia mexicana —sin duda sin menor peso internacional— tiene un espectro temático y de experimentación mayor al imperante en la mayor parte del teatro porteño: la victoria del realismo.
15. El teatro mexicano tiene todavía mucho por decir, por investigar, por explicar(se). En muchos sentidos es tierra virgen para crecer y ponerse en sintonía con las mejores tradiciones escénicas del mundo. En cambio, el teatro argentino ya tocó su cima, está muy visto, muy citado, muy parafraseado, muy halagado. Se está convirtiendo en regla, en canon, en manual de instrucciones, en fábrica de talento para las multinacionales del entretenimiento.
¿Quién gana este mano a mano? Argentina, como en los últimos dos mundiales de futbol, pero por poco.
El mexicano y argentino son los dos polos de desarrollo más completos de la lengua castellana teatral —sí, por encima de la vetusta escena hispana, tan privatizada, tan enmohecida, tan descuidada por el gobierno del PSOE y de la nueva generación teatral colombiana y venezolana (que viene con mucha fuerza)— y quizá sea saludable ese respeto mutuo, aparente lejanía entre ambos, saludable distancia y cortesía. Porque al final se complementan, cada tradición hablando con sus propios referentes, entendiendo(se) para completar el proceso de exploración y explotación de sus propuestas. Evidentemente el teatro mexicano —desde la gestión hasta la ejecución— tiene mucho que aprender de los hermanos del sur, pero ya no existe el trecho que a principio de la década se adivinaba insalvable cuando figuras como Jorge Dubatti y Rafael Spregelburd visitaron algunas ciudades mexicanas; curiosamente en parte, gracias a sus aportaciones, el nuevo teatro mexicano ha encontrado refugio, bibliografía, paradigmas y motivaciones.
Lo interesante para la generación más joven de teatristas iberoamericanos será observar el definitivo desplazamiento del teatro español como principal referente —lo cual no está ocurriendo en la industria editorial o cinematográfica— y por lo tanto la apropiación de un ambicioso discurso teatral propio, que provenga del país con más hispanohablantes del mundo, México (y unos cuantos millones más en los Estados Unidos: el reto que nos espera).
Fuente: http://revistareplicante.com/columnas/purodrama/teatro-mexicano-vs-teatro-argentino/
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