Sucede que la modernidad todo lo ha afectado. Al parecer lo único permanente es el movimiento perpetúo. Lo único que no se ha modificado es el desgarramiento con el que se vive el amor. Esa es una historia que nunca se ha acabo. Una historia recurrente entre escritores y poetas. Aquella dulce anécdota a la cual siempre los amantes se convierten en apasionados e irresolubles enemigos en pos de su felicidad. Resulta ser, que ese desgarramiento tampoco tiene forma absoluta. Depende de muchas cosas, como por ejemplo, del tamaño y el color de las estrellas la noche de la despedida. Así, la subjetividad humana marca cada una de las formas en que esa forma, denominada amor, que es la culminación del SER, cuando este es ser humano.
Pareciera que el amor y su asilamiento, convierte a los humanos en energía pura, en movimiento infinito. Entonces las redes sociales antes que material son energía. Energía conducida por el sentimiento, es por esta razón que siempre estamos en cambio, es por esta razón que nada permanece.
Redimiendo el adulterio, leía una vez, ¿a dónde se dirigen los adúlteros cuando salen corriendo de la cama matrimonial? Se dirigen al amor. Entonces, ¿cabe la posibilidad de qué todo en la sociedad moderna este hiendo en contra del movimiento perpetúo?, ¿será acaso que la naturaleza fluye y se construye todos los días en los traslados de las partículas?, y que siendo el amor el sentimiento más humano, ¿es el que más nos acerca a la naturaleza? El que justamente nos convierte en demoniacos, entes ávidos del deseo de lo amado.
No nos engañemos, la verdad es que el desgarramiento amoroso, nos hace malas personas. Nos imaginamos perdidos y solitarios, se ensombrece la mirada y soñamos con la muerte de todo lo que el desdichado objeto de nuestro amor posee, y que no quiere compartirnos.
El amor nos hace instintivos. Nos hace bestiales. Nos hace animales. Ahora, ¿no que el amor cambiaría el mundo? (se vaticinaba a principios de nuestro siglo) La verdad es que el amor, en este contexto de la propiedad privada, nos ha hecho fracasar y domesticar nuestro instinto de supervivencia.
La reposición de los amantes es la añoranza profunda del desgarramiento. La entrega incondicional no es posible desde el SER, implica el despojo axiomático de lo ético, moral, etc., y eso, solamente sucede al momento de la muerte. Por lo tanto, amar requiere un sacrificio de vida, cosa que si no estás convencido, como es el caso de la gran mayoría de los adúlteros, no sucede.
“Yo nunca quise amarte”, dice la acusada amante seductora que ha desviado de su camino al miserable esposo infiel. “Yo nunca quise amarte”, ¿entonces? Sucede que la modernidad todo lo ha modificado, pero no desde la conciencia, las alteraciones de nuestro entorno natural, cultural y material son resultado de la inercia de nuestras pasiones ambulantes.
Pareciera que el amor y su asilamiento, convierte a los humanos en energía pura, en movimiento infinito. Entonces las redes sociales antes que material son energía. Energía conducida por el sentimiento, es por esta razón que siempre estamos en cambio, es por esta razón que nada permanece.
Redimiendo el adulterio, leía una vez, ¿a dónde se dirigen los adúlteros cuando salen corriendo de la cama matrimonial? Se dirigen al amor. Entonces, ¿cabe la posibilidad de qué todo en la sociedad moderna este hiendo en contra del movimiento perpetúo?, ¿será acaso que la naturaleza fluye y se construye todos los días en los traslados de las partículas?, y que siendo el amor el sentimiento más humano, ¿es el que más nos acerca a la naturaleza? El que justamente nos convierte en demoniacos, entes ávidos del deseo de lo amado.
No nos engañemos, la verdad es que el desgarramiento amoroso, nos hace malas personas. Nos imaginamos perdidos y solitarios, se ensombrece la mirada y soñamos con la muerte de todo lo que el desdichado objeto de nuestro amor posee, y que no quiere compartirnos.
El amor nos hace instintivos. Nos hace bestiales. Nos hace animales. Ahora, ¿no que el amor cambiaría el mundo? (se vaticinaba a principios de nuestro siglo) La verdad es que el amor, en este contexto de la propiedad privada, nos ha hecho fracasar y domesticar nuestro instinto de supervivencia.
La reposición de los amantes es la añoranza profunda del desgarramiento. La entrega incondicional no es posible desde el SER, implica el despojo axiomático de lo ético, moral, etc., y eso, solamente sucede al momento de la muerte. Por lo tanto, amar requiere un sacrificio de vida, cosa que si no estás convencido, como es el caso de la gran mayoría de los adúlteros, no sucede.
“Yo nunca quise amarte”, dice la acusada amante seductora que ha desviado de su camino al miserable esposo infiel. “Yo nunca quise amarte”, ¿entonces? Sucede que la modernidad todo lo ha modificado, pero no desde la conciencia, las alteraciones de nuestro entorno natural, cultural y material son resultado de la inercia de nuestras pasiones ambulantes.
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