lunes, 14 de diciembre de 2009

Arte Público/Espacio Público.

Foto: Cambiando al mundo.



Si bien entendemos comúnmente por arte público todo aquél que se desarrolla en lugares de acceso público (y en este sentido las calles o las plazas de las ciudades continúan siendo los espacios que, por su accesibilidad, afluencia y diversidad de personas que los transitan, mejor ejemplifican esa ubicación de “lo público”), ésta sería tan sólo una condición sine qua non, ligada al debate en torno a la intercambiabilidad de los límites público-privado.

Este debate es quizás el más interesante en un momento en que se diluyen los límites entre lo público y lo privado, sobre todo a raíz de la incursión de las nuevas tecnologías en el hogar y en las estructuras de la ciudad (la televisión e Internet; las cámaras de video-vigilancia y los medios de masas, etc.) La idea de un arte público adquiere hoy una nueva dimensión ligada inevitablemente a un factor ideológico, que supone la comprensión de la ciudad como un entramado complejo: un contexto sociopolítico con carácter específico que depende de la comunicación, la educación, y otros ámbitos de la cultura. Desde este punto de vista, y apoyándonos en la tesis del filósofo alemán Jürgen Habermas, el concepto de espacio público se
puede definir como una esfera social específica, y, de manera ideal, como un lugar de debate donde todos los ciudadanos pueden desarrollar y ejercer su voluntad política1.



1 Lo que Jürgen Habermas llama “esfera pública burguesa” representaría idealmente un lugar inclusivo de debate y formación de opiniones que trasciende todo tipo de intereses privados, económicos, políticos, e incluso de control del estado. Habermas sitúa el advenimiento de esta esfera pública en coincidencia con el desarrollo del capitalismo en la Europa Occidental y describe su apogeo en el espacio político burgués alcanzado en el s. XVIII. En contraposición a este modelo, nos encontraríamos hoy dominados por los medios de comunicación de masas bajo un estado benefactor que promueve el espectáculo y la formación de un público pasivo y consumista, que debería ser combatido con la vigilancia, el compromiso y la intervención. Ver Jürgen Habermas, The Structural Transformation of the Public Sphere: An Inquiry into a Category of Bourgeois Society, trans. Thomas Burger and Frederick Lawrence, Cambridge, Massachusets, Polity, 1989. Para un análisis de la
obra de Habermas en relación a nuestra sociedad de masas ver: Peter Dahlgren, <>, en AAVV.



De ahí que se torne relevante escrutar cuál es el grado de compromiso manifiesto hacia este contexto, tanto por parte del artista como de la Institución desde donde se formulan y/o aceptan las propuestas, y, por ende, observar desde qué concepción global y local de las ciudades y susesferas públicas se fomenta, gestiona y finalmente se desarrolla un tipo dearte destinado a los lugares públicos.



Desde este punto de vista podemos decir que han sido ciertos artistas los que, desde la tradición de la vanguardia crítica y socialmente comprometida6, han reactivado el debate en torno al arte público, extendiendo su alcance y su comprensión al de las transformaciones sufridas por las propias ciudades y al funcionamiento de las democracias en nuestro sistema capitalista.

Durante las últimas cuatro décadas, el programa fundamental de estos artistas ha consistido en subrayar su distanciamiento crítico con respecto a la autonomía del arte, comprometiéndose en los retos estratégicos de las estructuras de la ciudad y proponiendo una transformación crítica de la cultura desde dentro, inmersa en el debate público desde la propia ciudadanía (para ello se apropian de los medios de comunicación, exploran el entorno, la educación, el espectáculo, la propia Institución del Museo, etc.)



Para canalizar este y otro tipo de propuestas, es necesario que exista una comprensión de la cultura como servicio público, al mismo tiempo que como patrimonio; estas ideas de arte público, más allá de su potencial estético, exigen y adquieren la responsabilidad de repensar nuestras ciudades, nuestro tejido social, nuestras necesidades más básicas.



Algo que describe muy bien Walter Grarskamp en su búsqueda de criterios para definir el espacio público, es la necesidad de concebir este espacio como “un estado: uno de la condensación y del cruce de funciones, cuya máxima intensidad se sitúa en el centro de la ciudad”11. Como estado, este centro no sólo depende de sus formas de territorialización sino también del factor tiempo; de un calendario específico donde se incluye la fiesta y el juego, con su consecuente cambio de fisonomía de la ciudad. Por lo tanto, el criterio definitivo para definir su condición de espacio público vendría determinado por la posibilidad de superponer, trasladar y condensar
diferentes formas de uso de este espacio, combinando su frecuencia de uso, accesibilidad, mezcla de funciones, visibilidad y despliegue de medios.



Según el propio Grarskamp, si el espacio público ha de ser algo más que un escaparate, requiere de una continua entrada de energía social en todas sus formas –política, comercial, social, teatral, artística, etc. El uso y el aprovechamiento sería precisamente la cuarta dimensión de ese espacio
público.


Mau Monleón, febrero de 2000



LA PREGUNTA AHORA SERÍA:

¿QUÉ HABRÁ QUE MODIFICAR DE UN CONCEPTO TEATRAL COMO "LA NAVE" PARA QUE PASE DEL ÁMBITO CONVENCIONAL DE LA SALA DE TEATRO AL ESPACIO PÚBLICO Y REALMENTE MODIFIQUE LAS NOCIONES DE ESPACIO-TIEMPO Y RE-ACTIVE LA PARTICIPACIÓN DEL ESPECTADOR?


Tarea....

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